En un rinconcito de aquella calle había oído pronunciar su nombre, o al menos, le había parecido escuchar algo así como un susurro, un deletreo suave que le llamaba insistentemente. Los árboles se movían al ritmo del viento, la gente caminaba apresurada, los coches se agolpaban unos contra otros sobre los empedrados buscando algún milagroso sitio para aparcar. La voz, o la palabra, o como se llame, la perseguía insistentemente, a pesar del trajín vocinglero de la mañana.
Pensó que estaba en un paraíso, llegar al río le había revelado este ensueño de paseante que desconoce una ciudad. Al mirar hacia los tejados y los claveles, su alma se encontró desnuda, sumida en la añoranza, y quizás también escarpada por la melancolía.
Había estado antes en ese lugar... pero... ¿Quién, o qué, la llamaba? ¿Estaba su psiquis tan revuelta de sensaciones que era capaz de integrarse voluntariamente a la magia de aquella belleza deslumbradora? ¿Eran esas ondas dialogantes un mensaje de sus duendes? Por mucho que trataba de explicárselo, la única conclusión a la que había llegado no la aceptaba del todo, esencialmente porque nunca había logrado acostumbrarse a las visiones, a las trastadas de su mente, a veces ágil en traducir, y otras torpe en percibir.
Mientras desentrañaba misterios, los amigos estaban sumergidos en las aguas de los baños árabes, los imaginaba de lejos como quien mira una pintura expuesta en un museo. Ella estaba allí, inadvertida con su libreta de notas, escondida entre los juncos, enfocando el lente hacia las torres y las nubes, y la voz le tocaba sutilmente los oídos, inmovilizando su capacidad motriz, adueñándose de cada minúscula partícula de su ser.
Decidió acosarla, retarla a duelo. Si tanto insistía, significaba que deseaba ser perseguida, llevada en andas como quien alza a una virgen. Ambas, saltando sobre las piedras y los remolinos, se internaron en la espesura del bosquecillo. Pequeños charcos de agua bendecidas por la luz y los insectos se esparcían por doquier. Sentía que la voz se iba materializando, tomando formas humanas. Aunque algo etéreas, distinguía líneas violáceas flotando como si fueran trazos de un artista dibujados en el aire. Sentía amor, una súbita esperanza de sosiego, un ansia terrible de tocar, de incrustarse contra la voz y fundirse en su devenir verboso, en sus sílabas que llenaban de sensualidad y tibieza las márgenes y los caprichosos estragos del pensamiento.
Todo era color en ese horizonte diáfano de las ideas, sábanas de arco iris tendidas en la inmensidad se impregnaban de resuellos espantando los moscardones, las abejas, los grillos saltarines, las florecillas de pistilos delicados, las ranitas escondidas entre los cáñamos, las cerezas maduras y jugosas. Y era color la voz, su aliento de sirena, la incongruencia de un verso salido a tropezones de su transparencia.
No era posible escapar al encanto, a su misterio. De modo que abrió su libreta de notas y se puso a escribir:
=II=
Un día espléndido y dorado. El sol de Córdoba, con su luz a veces cegadora, se proyectaba sobre el patio que fuera en otros tiempos refugio de meditación y misticismo. Ahora los turistas de todas partes del mundo yacían por doquier, sentados en los bancos, en las piedras milenarias de los portales, disfrutando la agradable sombra de los árboles o tomando fotos de esta increíble obra de la creación humana. Paradójicamente, varios pueblos se disputaron el derecho a poseerla, y construyeron asientos sobre otros hasta crear una fusión de incongruente belleza. Dentro de sus muros, estuvo la paz y la guerra, y formas de expresión inauditas. Por varios siglos, lo que inicialmente fuera la basílica de San Vicente, se fue transformando en un conjunto de estilos y culturas armónicamente entrelazados, lleno de vitalidad, energías sutiles, misteriosos sincretismos. En cada piedra, cada madera tallada, cada orfebrería, se pueden notar los diversos rasgos genéricos de esas naciones que tuvieron como eje de su espiritualidad lo que hoy por hoy se considera el primer monumento del Occidente islámico. Basílica, mezquita, catedral, una carrera a través del tiempo que hizo interrelacionar extremos opuestos y debatirse en un mismo espacio. Y esto es lo que hace de La Santa Iglesia Catedral y Antigua Mezquita de Córdoba, un lugar exclusivo de reflexión, de Arte religioso, de Arquitectura.
Varias veces en su historia pretendieron demolerla para reconstruir nuevos símbolos. Califas, Reyes, Obispos, líderes espirituales, nobles o generales, tuvieron a su haber el poder para convertirla en cenizas, como sucedió con otros asentamientos y monumentos, pero por alguna mágica razón, la existencia empecinada de su estructura no se entregó a los desastres circunstanciales apelando a razones más profundas: allí, en aquél lugar tan lejos de Damasco o Roma y codiciado por fuerzas contrarias, vivía un culto a la vida, la tradición, la presencia de un Dios multiexpansivo. El siempre debatido espacio monoteísta, se afianzaba a sus primeras piedras sagradas, y ya hubiera sido por superstición, fervor religioso o intereses diversos, el caso es que, como madre preñada en cada primavera, la basílica-mezquita-catedral superó los siglos deviniendo florida majestad.
Es así como se pueden ver fusionadas imágenes heterogéneas, yendo desde el más puro estilo hispanomusulmán, hasta el renacimiento o el protobarroco, de modo que el paso del tiempo y sus diferentes proyecciones juegan en un eterno construir y remodelar, aportando con sorpresivas innovaciones y nuevos atrevimientos, y constatando esa creatividad prolífera del hombre que a pesar de sus muchas contradicciones e instintos autodestructivos, también es capaz de comulgar en los tiempos de paz y rescatar de las sombras sus más puras iniciativas.
Emirato y califato de Córdoba*
Después de la conquista de la península Ibérica (711-718), los soberanos musulmanes, con el título de emir o valí, instalaron en Córdoba a su capital bajo la autoridad del califa del oriente. Los pobladores árabes (baladíes o sirios) se situaron en las ciudades y la mayoría bereber ocupó las zonas rurales. Cuando los abasíes sustituyeron a los califas omeyas (750), Abd al-Rahman I se proclamó emir (756) y se independizó de Damasco (773). En 929 Abd al-Rahman III rompió los últimos vínculos con los fatimíes y se proclamó califa. Durante el período califal tuvieron un gran desarrollo la agricultura, la ganadería, la artesanía, las ciencias y la cultura, y se edificaron las ciudades residenciales de Medina Azara y Medina Azahira. Córdoba se convirtió en una gran metrópoli. El califato mantuvo relaciones con los reinos cristianos. Después de la muerte de Almazor, el califato entró en un período de guerras civiles (1009-1031) y se dividió en reinos de taifas.
Breve descripción de la ciudad*
Córdoba, ciudad de España y capital de la provincia homónoma, fue colonia romana (Corduba) y desde 716, capital de al-Andalus. Conserva restos romanos y de la época musulmana: la Mezquita-Catedral; Alcázar de los Califas (actual palacio episcopal); baños árabes, monumentos de diversas épocas, etc. El Barrio de la Judería, fue declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1994, así como la Mezquita en 1984. Del siglo XIV son el alcázar de los reyes cristianos, gótico-mudéjar, y la fortaleza de la Calahorra (museo histórico). También posee numerosos conventos e iglesias, museos y una rica arquitectura popular (patios). En las afueras, se encuentran las ruinas de la ciudad califal de Medina Azara.
(*Tomado de Larousse)
Agradecimientos especiales a nuestro querido amigo Fernando (cordobés políglota y experto guía turístico), cicerón de este viaje a lo real maravilloso, a su culta e ilustrativa expresividad que nos transportó a través de la historia de la península Ibérica, y a su amistad, por supuesto, una joya que supera las increíbles huellas del pasado español.
Carmen Karin Aldrey, © 2002
1 comment:
NO HABIA LEIDO NINGUNO DE ESTOS. ME HAN GUSTADO MUCHISIMO. JOSE
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