Foto: David Lago González
y Carmen Karin Aldrey,
Marbella, España, 2004
A David
Sé lo que nadie me tuvo que advertir ni enseñar
por haberlo respirado desde que nací
en el seno confluyente de familias trashumantes:
que emigrar es la última carta de la baraja.
Con ese naipe viajamos LOS PEREGRINOS.
-David Lago González-
Como si las memorias salieran de un recipiente de oro
finamente labrado por artesanos medievales,
la mano que tocó mi hombro viajó a la esfera
de un tiempo sin dueño en el pesar.
Dentro de esas memorias estaba la calle frente al mar
las estatuas surrealistas de Dalí
los pasos tranquilos que iban a ninguna parte
las sillas que la brisa y el salitre herrumbraron.
Tu rostro era de complacencia por el hecho de sentirse
desnudo ante la placidez del Mediterráneo,
brochazo psicodélico que después cantó a Galicia
junto a tres mujeres que posaron para inmortalizarlo.
El paseo recibía la tarde con tapas, vinos y café
las palmeras se salían de la orilla y caían en tus ojos,
eran luces anticipadas encubriendo las sombras
extraños malabarismos de imágenes que ahora surgen
inevitablemente al reencuentro del pasado.
El peregrinaje nos hizo cómplices de las estatuas
la última baraja fue la primera cena alumbrada por un cirio,
la fatalidad trashumante nos ofreció a cambio las palabras
que luego fueron escritas en las páginas de la eternidad.
Eramos dos espíritus acompañados por un perro
que al mediodía te lamía las manos y comía de tu pan,
dos apátridas consumidos por las horas entre los arrecifes
desde donde veíamos las costas de Africa
con sus lamentos de ahogados, de olas frías y hermosas,
con su arena traída por los vientos de enero.
Llegué a pensar que no existíamos
mientras subíamos por las cuestas de la ciudad antigua,
fantasmas midiendo distancias, cuerpos levitando
con el abrazo prendido en las cinturas,
viajeros que de pronto se arrodillaban
en las escaleras de la ermita y pedían libertad
para una isla encadenada, perdida en el océano,
joven viuda a la que pocos hacían caso
en aquél paraíso de nadie abarrotado de ingleses.
Recuerdo la noche de las risas, los cuentos subidos de tono,
el espejo roto por la magia de una mala palabra
y que tú, sabiamente, atribuiste a la presencia de meigas celtas
y hasta al poema donde Ovidio perjuraba a su padre
que nunca volvería a versificar…
risas, vinos, risas… hacía tiempo que no reías, eso decías,
y le dedicabas a Medea la gloria de tus desenfados.
Las memorias tienen sabor a presencias,
es como si se repitieran los recuadros en otra dimensión,
hasta se pueden sentir los frenazos del autobús
que traía el aroma de tus días, el ruidito de la ventanilla
al descorrerla, el paso blando de tus zapatillas,
tu primera voz apagada por la algarabía de la gracia andaluza,
el crujido de la silla al recibir el peso de tu cuerpo.
Veo tus dedos repasar las páginas de vírgenes pueblerinas
que soñaban con volar, veo tus palabras escritas en el muro
donde Pink Floyd nos abría los ojos cada noche
y susurraba la tragedia postmodernista del desencanto
the bleeding hearts and the artists make their stand…
after all it's not easy banging your heart
against some mad buggers Wall…
No logro entender en dónde estás, pero creo reconocer
el camino en el que ahora transita la luz de tus ojos.
Anoche, en las penumbras, sentí tus pasos.
Carmen Karin Aldrey
Octubre 18 del 2011