Hambre
Caminar
calle abajo mirar al cielo
sus nubes
blancas y presagios
sentir
hambre cada vez que paso
y el aroma
a pan fresco y café con leche se desborda.
El color
mojado del guacamole salta por la ventana de una taquería
me arrastra
a la mesa que está en un rincón
solitaria y
cubierta con el típico mantel mexicano.
Espero con
impaciencia a que venga la camarera
frente a mí
hay una señora que me dice ‘ya viene no se preocupe’
la observo
tiene mirada de exploradora
de esas que
entran al alma forzando la puerta
me la
imagino con una ganzúa calando la intimidad.
En este
mundo de piñatas y tribus en disputa ella es una isla
pequeñita y
rodeada por arrecifes
habla sola
está sola se siente sola
‘la
crueldad humana es la máxima expresión de su decadencia’
le comenta
al espejo
entiendo lo
que quiso decir
somos
bichitos roedores
tragamos
con ansia viciosa
nuestro
ánimo destrutivo es incansable
¡qué importa
el bosque el mar o el firmamento!
nos
tragamos absolutamente todo y no paramos nunca
no paramos
nunca
no paramos
nunca
chirriiiiirrrr
chirriiiiiirrrrrrrrr chaca chaca chaca
veo los
caminos rebosantes de virutas
y recuerdo
a Tania cuando bromeaba en la beca
huye-ye
huye que te cojo huye-ye huye que te muerdo.
Bichitos
con boquitas de hierro y lenguas hirvientes
sabor a
hiel y hojas rancias
pistolas en
el equipaje y sangre en los talones
kamikazes
burlones y exacerbados
que apuntan
al éter para sobrellevar la asfixia.
Bichitos
que envejecen presurosos
y versifican
con la luz apagada
porque el
esplendor los ciega
bichitos agresivos
con sus bordes aserrados y esperanzas perdidas…
‘dime ¿eres
uno de esos bichitos desgraciados?’
le digo a
la señora a boca de jarro.
Ella se me
queda mirando circunspecta y me contesta
‘no
respires los que respiran mucho se convierten en esclavos
el
convencionalismo y la arrogancia enferman’
los
comensales nos miran con asombro pensando que estamos desquiciadas
la camarera
viene montada en patines y me pregunta si me siento bien
le digo que
tengo hambre
entonces
toma mi orden sonriéndole a la propina del mediodía
guacamole
nachos con salsa y frijoles refritos agua de tamarindo
en lo que
llega la comida el oasis se llena de bereberes
té de menta
dulce camellos turbantes dátiles alfombras mágicas
el genio de
la lámpara está en su apogeo
y me ha
lanzado al desierto de Zagora donde alguna vez amé sin miedo.
Cuando
empiezo a comer desaparecen las visiones
y la señora
se pasa la lengua por los labios
entonces me
pregunto ‘¿de dónde la conozco?’
el pelo
blanco la punta de la nariz desviada los párpados caídos
los ojos
cansados y sedientos la piel muy blanca y pecosa
levanto el
brazo y ella también lo hace
hago una
mueca y ella también la hace
imita todo
lo que hago todo lo que digo
al parecer
se burla
su ironía
huele a cilantro y jalapeño
se le queda
mirando a una diva de caderas espectaculares
que camina
en plan ostentación
‘es
maravilloso sentirse ufana como una sirena homérica
y que todas
las pupilas den vueltas a tu alrededor’
me dice con
picardía de vieja hambrienta.
‘Ahhhhhh -pienso
mientras la escucho-
¡cuánta
vida apoyada en el bordón achacoso!’
Terminamos
de comer a la misma vez
nos
levantamos y salimos del local al unísono
me sigue
calle arriba como una sombra.
Cuando
llego a la casa y abro la verja la invito a pasar.
Los
bichitos están por todas partes
celebran el
invierno veraniego mientras roen y se tragan todo…
absolutamente todo.
C. K. Aldrey | De su libro inédito "Luna Roja"
Foto: c.k.a.