Yo también me encontré en el camino
y no me reconocía.
Contigo supe lo que era perderme.
Un día desperté en una acera
me pasaban por encima las palomas
señores apresurados vestidos de invierno.
Apenas recordaba que el sol llegaba cuando amanecía.
La Nora entrañable se había ido para siempre
me quejaba como una niña secuestrada por demonios.
Las pérdidas destrozan
los pasos se convierten en piedras
sangra el recuerdo en avalanchas de fuego.
Hay que aprender a cantar –decía.
Perder la fe enmudece, yo no podía.
Veía a Dios como una nube que se disuelve
un altar vacío y silencioso en Puerta del Ángel.
Caminaba sin rumbo... estaba en Madrid.
Como animal herido que la manada deja atrás
para morir a solas
fui asumiendo la realidad poco a poco.
El blanco grisáceo de la escarcha
ennoblecía los bancos del parque.
El aroma a café salía de los bares
me arrastraba a la inexorable supervivencia…
De mi poemario “Eclipse”.
Obra: “Las ventanas del Califa”, pigmentos y acrílico sobre tela, C. K.
Aldrey